lunes, 1 de abril de 2013

La Pasión de Cristo a través de las imágenes (I). La Alta Edad Media.

Ayer finalizaba con el Domingo de Resurrección la Semana Santa, una fecha muy especial para los devotos del cristianismo o simplemente de las tradiciones locales. He de reconocer que yo no soy cofrade y no vivo esta semana con especial fe ni hago nada fuera de lo común, más allá de ver procesionar a mis amigos papones o matar judíos por el Barrio Húmedo (no os asustéis: recibe este nombre la tradición de beber limonada por los bares, acompañada de la siempre interesante tapa). 

Os preguntaréis por qué dedicarle un post a imágenes sobre la Pasión de Cristo si la religión no es uno de mis fuertes. Lo cierto es que en la historia del arte, y sobre todo en cuanto a Occidente se refiere, la religión católica ha sido una fuente inagotable de inspiración. Yo siempre digo que puedes creer o no creer en lo que te están contando, pero se puede admirar la forma en que te lo están contando. De ahí que una imagen de Cristo en la Cruz o de Apolo con sus musas me parezca igual de atractiva. Conocer las distintas religiones es imprescindible para el Historiador del Arte; la devoción es algo personal, que sin duda puede hacer el estudio más ameno pero es algo secundario.





Después de mi frustrado intento de crear un gran post sobre imágenes navideñas, he querido que éste no se me escape. A la hora de enfrentarme a su escritura me ha sucedido como tantas otras veces: buscas una imagen y te salen diez más igual de interesantes, y tienes que empezar a hacer criba (¡qué horrible!), seleccionar, agruparlas según el tono que quieras darle a la entrada... Vamos, que no es moco de pavo, pero sabéis que yo lo hago con gusto. Con este artículo he tirado mucho de mi biblioteca particular y, como os podéis imaginar, tengo la mesa de estudio invadida de libros que distan mucho de ser de bolsillo. Pero, ¿y el placer que siente el historiador al verse rodeado de volúmenes? Eso no se paga... Dicho esto, comenzamos con la primera parte de este ciclo de imágenes de la Pasión, que se va a centrar en la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media: del siglo IV al siglo X.


33 d.C. Un profeta llamado Jesús es juzgado, martirizado y condenado a morir en la cruz. Sus seguidores se multiplican durante los tres primeros siglos de nuestra era, amenazando incluso al gran imperio que dominaba Europa en ese momento: Roma. Fue en esta ciudad donde el cristianismo salió de la clandestinidad gracias al emperador Constantino, el cual permitió su culto en el Edicto de Milán del año 313; no mucho después el cristianismo se instauraría como religión oficial del Imperio en el año 381 con Teodosio. Es a partir de este momento cuando encontraremos imágenes de la historia de Cristo mucho más explícitas. Hasta entonces se optaba por representaciones más crípticas: palomas picoteando uvas, peces, un pastor cuidando ovejas... Estas simbologías aludían a Cristo y a la salvación (las uvas con las que se hace el vino eucarístico, Jesús como buen pastor que cuida al rebaño...).


Me he decantado por ir dedicando a cada tema de la Pasión un apartado propio, aunque eso suponga pegar saltos cronológicos o citar repetidamente alguna obra, pero me parece interesante ir comparando la iconografia de cada episodio deteniéndonos en diversas épocas y lugares.


Comenzamos con la entrada de Jesús a Jerusalén, que tiene lugar el Domingo de Ramos. Es un tema que recogen los cuatro evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). Su representación se remonta al siglo IV y apareció por vez primera en algunos sarcófagos romanos. La presencia del pueblo agitando palmas y ramos de olivo es un elemento pintoresco que no aparece en el texto bíblico sino que se trata de un añadido de los textos apócrifos. 

En el famoso Sarcófago de Junio Basso, datado en el siglo IV y labrado en un solo bloque de mármol, encontramos diversas escenas de la Pasión así como del Antiguo Testamento; todas ellas se hallan enmarcadas por columnas y dinteles (si queréis admirar sus frontal podéis pinchar aquí). Podemos ver la escena de la entrada a Jerusalén, en la que resulta llamativo que Cristo sea un joven imberbe, con cara juvenil y media melena. Cosas que pasan: a medida que los modos bizantinos invadieron Occidente la imagen de un Cristo barbado, el llamado "Cristo siríaco" por su procedencia asiática, se antepuso al "Cristo helenístico" de rostro adolescente. Mientras Cristo se acerca en burro, unos niños se acercan amistosamente a acariciar al animal (uno de ellos parece subido a un árbol, recogiendo así la leyenda de Zaqueo, subido a la higuera por su baja estatura).

Del siglo VI data el Codex Purpureus Rossanensis, conocido como los Evangelios de Rosano. Lo más característico de este manuscrito es su fondo carmesí (de ahí su epíteto de "purpureus"). La entrada a Jerusalén está representada con más detalles que en el sarcófago: podemos ver apóstoles que charlan detrás de la burra, los niños subiéndose a la higuera, los habitantes agitando palmas y  posando sus ropas en el suelo al paso del burro para que sean pisadas; todo un recibimiento de reyes, vaya. El Cristo ya es del tipo siríaco (con barba) y viste de color dorado, más adecuado a su rango. Si aguzamos la vista veremos a soldados asomándose desde las ventanas de la ciudad.




















 
Dejamos la piedra y el pergamino para saltar a otro material: el marfil, el cual fue usado con gran profusión en el Imperio Bizantino, sobre todo para la realización de dípticos o trípticos, paneles labrados con diversas escenas. Del siglo X data esta imagen de la entrada de Cristo en Jerusalén, enmarcado bajo un dosel labrado de gran calidad. Algunos elementos son casi iguales al Evangeliario de Rosano: apóstoles charlando, gente dejando sus ropas para que el burro las pise, personajes en los árboles... Desde Jerusalén no nos mira nadie; sin embargo, delante de las puertas se aglomera la multitud para recibir al salvador. Podemos ver en primer término a un niño que cruza una pierna sobre la otra: se trata de una reminiscencia pagana, ya que copia (tomad esta palabra con cuidado) la escultura helenística de El Niño con la Espina (conocido como El Espinario). La pervivencia de ciertos modelos clásicos siglos después de la Edad Antigua me parece fascinante.


El siguiente episodio importante del ciclo de la Pasión es la Última Cena, que también se recoge en los cuatro evangelios canónicos. La importancia de la escena radica en que se instituye la Eucaristía y Cristo lleva a cabo un resumen de sus enseñanzas; lo primordal del momento provocó que ya los pintores de las catacumbas intentaran captar la complejidad de la escena. En la catacumba romana de Santa Priscila se capta el momento de la Fractio Panis (reparto del pan); estas pinturas datan.. ¡del siglo II! Son sin duda una de las imágenes más antiguas que existen sobre el tema. Más adelante se trataría también en mosaico, como ya visteis en una entrada anterior de mi blog dedicada a la Romanorum vita: me refiero a la Basílica de San Apolinar Nuevo, en la que los apóstoles se arremolinan en torno a una mesa, sentados al modo romano.

Soy yo... ¿o hay un personaje que parece peinarse con un moño alto, muy al estilo de las mujeres de la época? Antes de despertar el caos conspiratorio, doy mi opinión: quizás no se trate directamente de una imagen de la última cena de Cristo, sino de una eucaristía tal y como podía llevarse a cabo en los primeros siglos de nuestra era. Los fieles se reunen en torno a una mesa en la que se recrea el reparto del pan y del vino como Jesús hizo en su día.


Avanzamos (sí, lo sé, no os doy un respiro) y llegamos a la Oración en el Huerto, un tema que me ha costado encontrar en el arte de la tardoantigüedad. Brujuleando en Google Imágenes he descubierto la Lipsanoteca o Cofre de Brescia, una arqueta cubierta de paneles de marfil que quizás sirvió como relicario. Data de finales del siglo IV y en una de sus caras encontramos diversas escenas de la Pasión. Nos fijaremos en el friso superior, en el que encontramos diversos episodios acaecidos tras la cena: la oración en Getsemaní, la captura de Cristo por los soldados y las negaciones de Pedro, representadas por un gallo sobre un pedestal (sin duda el artista pensó que el ave debía estar a la misma altura que el apóstol y recurrió a algo un poquito más solemne que un taburete). Al modo de lossarcófagos tardoantiguos, Cristo es representado sin barba, siguiendo su versión helenística. Si quieres saber más del cofre de Brescia y dominas el inglés, pincha aquí.















Cristo delante de Pilatos es la siguiente parada importante de nuestra historia. De nuevo recurro al Sarcófago de Junio Basso (siglo IV). En el friso superior, en la parte derecha, encontramos dos episodios sucesivos: la captura de Jesús y a Pilatos en su palacio, dubitativo, a punto de lavarse las manos, como nos indica la presencia de un sirviente con la jarra de agua. En la Basílica de San Apolinar Nuevo (Rávena) tenemos un mosaico que junta, sin separación arquitectónica, la entrega de Cristo al gobernador romano con el momento en que éste se lava las manos; resulta tan atropellado que más bien parece que Jesús haya inerrumpido la toilette de Pilatos. Me imagino el momento: "¡Ah! ¿Tú eres Jesús de Nazaret, al que llaman Cristo? Me voy a ir lavando las manos...". Por cierto, si os fijáis, a la izquierda del mosaico algunos apóstoles se llevan la mano a la cabeza, como adivinando lo que les espera a su señor.


En esta imagen, el oro se ha dejado para el fondo del mosaico y Cristo viste una túnica marrón oscuro con sus líneas, eso sí, en oro. En el Nimbo que porta (la corona circular de su cabeza) asoman los tres brazos de una cruz, con incrustaciones de gemas incluidas. A este elemento se le conoce como nimbo crucífero.

Coged aire, que llegamos. Escenas como la flagelación, la coronación de espinas o el camino del Calvario son episodios dramáticos cuya representación comenzó a popularizarse bastante tiempo después. Durante la Alta Edad Media perduró la tradición de no representar el tormento de Cristo, lo cual excluía imágenes de su martirio o incluso de su muerte; en palabras de Federico Revilla, "debido al horror que semejante suplicio [la cruz] causaba en la mentalidad romana". Sin embargo rebuscando un poco siempre se puede encontrar alguna excepción. El Sarcófago de la Pasión, datado a mediados del siglo IV, es un ejemplo de esto; se trata de uno de los primeros ciclos sobre la Pasión de Cristo. Es de tipo arquitectónico (las escenas aparecen separadas por columnas). 


En el frontal del sacófago podemos ver de izquierda a derecha cinco imágenes: Jesús camino del Calvario (pues porta la Cruz), la coronación de espinas, un Crismón sobre una cruz, Jesús siendo conducido por un soldado y finalmente Jesús ante Poncio Pilatos, que se lava las manos. Es de admirar el detallismo de la arquitectura que pretende representar el palacio de Pilatos, o el atuendo de los soldados romanos. Muchos os preguntaréis qué es un Crismón: se trata de la representación de las dos primeras letras de "CRISTO" en griego: la ji (X) y la ro (P). El crismón aparece rodeado por vegetación, la cual es picoteada por palomas, que simbolizan las almas que se alimentan con su fe. Los dos personajes que tenemos debajo son soldados durmiendo, lo cual nos indica que estamos ante la resurrección de Jesús. ¿Por qué, entonces, no se representa a Cristo saliendo del sepulcro o incluso a Cristo crucificado? Esas imágenes aludían directamente a la muerte de Cristo y lo que se quiere subrayar es su vida eterna, así que lo que no interesa no se enseña. Y listo (esa lección la tienen muy aprendida los medios de comunicación).

Después del calvario vendría la Crucifixión. La imagen más antigua de este momento data de los primeros años del siglo V y se encuentra en una arqueta de marfil con dos escenas que aglutinan diversos episodios de la Pasión, hoy en las colecciones del Museo Británico. Lo cierto es que su descubrimiento me ha encantando: ¿cómo contar más en menos?



En el marfil superior podemos ver diversos acontecimientos que rodean la captura de Cristo: a la izquierda Pilatos se lava las manos con la jarra que le porta un sirviente, en el centro Jesús carga la cruz camino del Calvario, ayudado por lo que parece la figura con gorro, y a la derecha Pedro es increpado por una mujer (fijaros en su dedo acusador) lo que provoca las negaciones del apóstol, cuyo símbolo es el gallo que aparece arriba. La maestría para unir tantas escenas es grandísima. En el marfil inferior tenemos el suicidio de Judas a la izquierda, con la bolsa de monedas tirada en el suelo, mientras que la Crucifixión de Cristo ocupa el resto del panel. La Virgen y San Juan por un lado y un soldado romano por otro alzan la vista hacia la cruz, en la que no falta el cartel de Rex Iudaeorum. Muchos estudiosos consideran esta imagen como la primera que alude directamente a la muerte de Jesús.

Le siguen en cronología las puertas de madera de la Basílica romana de Santa Sabina, en el Aventino, construidas en torno al año 430. No sé si fueron las clases de Architettura paleocristiana o pensar que recorría el barrio de Lucio Voreno, pero la visita a este lugar me encantó. Lamentablemente no pude admirar las puertas, en las cuales puede verse una imagen muy lacónica de la Crucifixión: Cristo aparece en el centro, flanqueado por dos figuras (seguramente los ladrones Dimas y Gestas). Parece que simplemente están de pie con los brazos extendidos, pero como quien dice, la intención es lo que cuenta. 

Aumenta en dramatismo esta imagen escena en los Evangelios de Rabbula, cuya realización ya ha de postergarse a los años finales del siglo VI. Se trata de una traducción siria de los evangelios, realizada seguramente en Mesopotamia (ahí es nada). Tenemos muchos más personajes: a la izquierda del todo, reconocible por su corona dorada, está María junto a San Juan, mirando horrorizados a Cristo, el cual está siendo alanceado por Longinos mientras Stephaton le da de beber vinagre en una esponja. Otros soldados están al pie de la cruz jugándose a los dados los ropajes de Critos (no obstante han sido atentos y han dejado que el pobre sea crucificado con túnica... no vaya a mostrar más carne de lo permitido). A ambos lados los ladrones se retuercen en sus cruces y en sus torsos podemos advertir cómo se cruzan unas cuerdas, sin duda un recurso para evitar que se desprendan de su instrumento de martirio.

No sé vosotros, pero ese borde me recuerda a las cenefas de punto de cruz que pueblan manteles y tapetes de tantas casas...


Poco antes del "temido año 1000" se encargaba al scriptorium del monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora) un comentario del Apocalipsis ilustrado. Estos libros recibieron el nombre de Beatos por su recopilador, el monje Beato de Liébana. Este ejemplar se encuentra hoy día en el archivo de la Catedral de Gerona. Uno de los miniaturistas que trabajó en esta obra fue la monja Ende, lo cual no deja de ser fascinante: ¡una mujer pintora de miniaturas! El llamado Beato de Gerona luce una Crucifixión muy bidimensional, con detalles aún islámicos (hemos de recordar cómo se encontraba la península ibérica en aquél momento). Domina la composición un gran Cristo crucificado, flanqueado por los ladrones, los soldados Longinos y Stephaton; en lo alto de la cruz aparecen el Sol y la Luna junto a ángeles turiferarios, esto es, que portan incensarios. El fondo es de un brillante color azul.


Como veis, estos cinco-seis siglos no estuvieron exentos de imágenes de la Crucifixión, pero hemos de tener claro que no era lo más corriente. Lo normal era que en los ciclos de la Pasión se saltase del Prendimiento de Cristo al episodio de las Mujeres en el Sepulcro, es decir, al descubrimiento por parte de las Marías de que Cristo había resucitado. La imagen de un sepulcro circular fue la que más se difundió en la iconografia; remitía al tholos, templo de la Antigua Grecia de planta circular, que desde época micénica se dedicó a fines funerarios. Estos templos se vincularon al sacrificio de héroes como Hércules... ¿Acaso no fue Cristo otro héroe que se sacrificó? Seguramente la palabra héroe no convenza a las jerarquías eclesiásticas, no vaya a ser que por un momento alguien relacione a Jesús con las simbologías paganas. Y digo yo, ¿no fue Hércules hijo de un Dios, concebido en una humana? Todo se recicla, señores.

En la Basílica de San Apolinar Nuevo (ya mencionada por mí hasta la saciedad y en la que, Lancia Musa mediante, tuve la suerte de estar) encontramos una representación de este momento tras la resurección. El ángel aparece sentado en una roca y advierte a las mujeres, que se asombran ante la piedra abierta del sepulcro; llama la atención el tamaño totalmente distorsionado de la arquitectura frente a los personajes.


 La siguiente imagen que os cito (y la última, de momento) es muy curiosa, ya que trata el episodio a un tamaño ínfimo, ya que se encuentra contenido en una inicial, en concreto la letra "D". Es una imagen procedente del Sacramentario de Drogo, un manuscrito de mediados del siglo IX realizado en Metz para el arzobispo de esa ciudad, hijo ilegítimo de Carlomagno (¡toma ya!). El sepulcro luce casi como un palacio en miniatura, con tejados decorados; ante él se alza el ángel, que habla con las Marías (aquí aparecen tres, no como en el mosaico italiano). Al otro lado del sepulcro tenemos todavía a los soldados dormidos, como atestigua esa marea de escudos y lanzas. La mayoría de las iniciales de este libro son de gran belleza y recogen episodios en su interior.


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Hemos visto cómo los acontecimientos de la Pasión de Cristo han sido un tema que han interesado a os artistas prácticamente desde el siglo II de nuestra era, aunque la mayoría de las veces encontrásemos estas escenas en obras privadas, tales como sarcófagos, libros miniados, arquetas... Tendremos que esperar algunos siglos para encontrar grandes ciclos sobre la Pasión así como la popularización de escenas más dramáticas. Pero eso es otra historia que dejaré para más adelante. Tras este primer capítulo dedicado a las escenas de la Pasión en el Arte de la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media (no me preguntéis por el límite entre ambos: cada autor te dirá un margen diferente) vendrán por lo menos otros tres, dedicados sucesivamente al Románico y al Gótico, al Renacimiento y el Barroco y finalmente a la Modernidad, sin duda el que más ganas tengo de escribir porque... ¡apenas conozco nada! Pero no os preocupéis, que pienso ponerme a hacer los deberes. Hasta entonces, pupilos.


Si te apetece puedes recordar mi artículo sobre diferentes versiones "pop" de la Última Cena de Da Vinci.


Et ego Geloira.



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